Parte de mi proyecto de un cuento para taller de caricatura, obviamente aun no esta terminado.
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Evannya era una joven muy linda y tierna. A ella le gustaba
mucho ayudar a todos y nunca les pedía nada a cambio, salvo una pequeña
sonrisa. Evannya creía que ese era el mejor pago que pudiera tener. Había visto
un sinfín de sonrisas de todo tipo, sin duda. Desde una leve y pequeña, hasta
una grande y enorme, las había también falsas e hipócritas (y sabía que esas carecían
de valor alguno).
Pero había una sonrisa en especial, una que nunca recibía,
pero que si la había logrado ver en algunas cuantas personas, una sonrisa tan
pura y tan valiosa, porque esta nacía del corazón y se reflejaba en los rostros
de una manera tan limpia e inocente; Evannya creía que esa sonrisa solo se mostraba
cuando se encontraba cercas a la persona amada, pero cuando ella preguntaba el
por qué de ella, solo le contestaban que “simplemente eran felices”.
Pero no todos eran así, muchas personas tan pronto crecían,
olvidaban sonreír, era como un requisito para avanzar a un siguiente paso, como
si hubiesen olvidado a amar
Evannya lo había visto de esta manera, y aun así no había
olvidado como sonreír.
En otro lado del pueblo, se solía rumorar de la existencia
de una cueva, escondida en lo más oscuro del bosque, en un punto en donde nadie
se atrevía a ir. Se decía que, en ella, habitaba un monstruo que gustaba de
robar las almas de las personas. Las ancianas decían que esta era la razón por
la cual los adultos ya no sonreían.
Hace varios años, Evannya, se había quedado a dormir en casa
de su abuela, y allí había escuchado esa historia, lo escucho cuando su abuela
lo platicaba a otra persona, ella no podía creerlo, pero no podía decir nada
pues su abuela creía que ya estaba dormida. Al otro día ella decidió que tenía
que investigarlo, pero como ella era muy chica y sus padres ya no tardaban en
ir por ella, solo quedo así, como el simple sueño de una chiquilla chiflada.
Ya había pasado 10 años desde aquella vez que escucho esa
conversación, ella ya era toda una señorita, y sus padres, pensando en su
“futuro” ya habían ofrecido su mano en matrimonio, a un joven muy apuesto y
adinerado de nombre Fillius.
Fillius, había sido el mejor amigo de Evannya, cuando eran
niños, solían escaparse seguido a
molestar a las gallinas de los vecinos y tiraban piedras al lago para ver como
se creaban ondas. Siempre andaban de un lado a otro juntos. Hasta que Fillius fue
mandado a casa de sus abuelos, de ahí ya no supo nada de él, hasta el día en
que se presento su padre y le dijo que tenía que casarse, ese día, cuando vio a
Fillius, supo que ya no era el mismo niño alegre y risueño con el que jugaba,
si no que se había convertido en un joven serio y amargado. Alguien
completamente diferente. Alguien carente de sonrisa.
Ese día, ya de noche, Evannya y su familia discutían con
respecto a su “matrimonio”.
Su padre quien había arreglado el matrimonio junto con los
abuelos de Fillius, creía que era buena idea casarlos a los dos, “ambos fueron
buenos amigos, los dos eran guapos y sin duda los hijos que tuvieran serian
hermosos, (y además había un ‘gran’ negocio de por medio, razón mayor para que
ambos se casaran)”.
–Lo sé padre, pero, no deseo casarme con él.
–Dime hija, ¿acaso no te acuerdas, que de pequeña me decías
que tú te ibas a casar con Fillius?
–Sí pero…
– ¡Entonces!
–Es que, ¡el no es Fillius!, hay algo en el que me dice que él
no Fillius, además, ¡él no tiene una sonrisa!, y Fillius tenía la más hermosa
de todas las sonrisas.
– ¡Basta! –era obvio que su padre ya estaba muy enfadado y
ya no deseaba discutir. – Deja ya tus ridiculeces sobre las sonrisas, ya eres
mayor, ya no eres una niña como para seguir jugando a los cuentitos, basta ya,
te casaras con Fillius, y esto no está a discusión.
Evannya quería protestar pero su padre ya había dado media
vuelta y se dirigía a su habitación.
– ¡Y buenas noches! –Concluyo su padre.
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A la mañana siguiente, el padre de Evannya ya había salido
muy temprano hacia la ciudad...