miércoles, 1 de agosto de 2012

Cuento


Parte de mi proyecto de un cuento para taller de caricatura, obviamente aun no esta terminado.

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Evannya era una joven muy linda y tierna. A ella le gustaba mucho ayudar a todos y nunca les pedía nada a cambio, salvo una pequeña sonrisa. Evannya creía que ese era el mejor pago que pudiera tener. Había visto un sinfín de sonrisas de todo tipo, sin duda. Desde una leve y pequeña, hasta una grande y enorme, las había también falsas e hipócritas (y sabía que esas carecían de valor alguno).

Pero había una sonrisa en especial, una que nunca recibía, pero que si la había logrado ver en algunas cuantas personas, una sonrisa tan pura y tan valiosa, porque esta nacía del corazón y se reflejaba en los rostros de una manera tan limpia e inocente; Evannya creía que esa sonrisa solo se mostraba cuando se encontraba cercas a la persona amada, pero cuando ella preguntaba el por qué de ella, solo le contestaban que “simplemente eran felices”.

Pero no todos eran así, muchas personas tan pronto crecían, olvidaban sonreír, era como un requisito para avanzar a un siguiente paso, como si hubiesen olvidado a amar
Evannya lo había visto de esta manera, y aun así no había olvidado como sonreír.

En otro lado del pueblo, se solía rumorar de la existencia de una cueva, escondida en lo más oscuro del bosque, en un punto en donde nadie se atrevía a ir. Se decía que, en ella, habitaba un monstruo que gustaba de robar las almas de las personas. Las ancianas decían que esta era la razón por la cual los adultos ya no sonreían.

Hace varios años, Evannya, se había quedado a dormir en casa de su abuela, y allí había escuchado esa historia, lo escucho cuando su abuela lo platicaba a otra persona, ella no podía creerlo, pero no podía decir nada pues su abuela creía que ya estaba dormida. Al otro día ella decidió que tenía que investigarlo, pero como ella era muy chica y sus padres ya no tardaban en ir por ella, solo quedo así, como el simple sueño de una chiquilla chiflada.

Ya había pasado 10 años desde aquella vez que escucho esa conversación, ella ya era toda una señorita, y sus padres, pensando en su “futuro” ya habían ofrecido su mano en matrimonio, a un joven muy apuesto y adinerado de nombre Fillius.

Fillius, había sido el mejor amigo de Evannya, cuando eran niños, solían escaparse  seguido a molestar a las gallinas de los vecinos y tiraban piedras al lago para ver como se creaban ondas. Siempre andaban de un lado a otro juntos. Hasta que Fillius fue mandado a casa de sus abuelos, de ahí ya no supo nada de él, hasta el día en que se presento su padre y le dijo que tenía que casarse, ese día, cuando vio a Fillius, supo que ya no era el mismo niño alegre y risueño con el que jugaba, si no que se había convertido en un joven serio y amargado. Alguien completamente diferente. Alguien carente de sonrisa.

Ese día, ya de noche, Evannya y su familia discutían con respecto a su “matrimonio”.

Su padre quien había arreglado el matrimonio junto con los abuelos de Fillius, creía que era buena idea casarlos a los dos, “ambos fueron buenos amigos, los dos eran guapos y sin duda los hijos que tuvieran serian hermosos, (y además había un ‘gran’ negocio de por medio, razón mayor para que ambos se casaran)”.

–Lo sé padre, pero, no deseo casarme con él.

–Dime hija, ¿acaso no te acuerdas, que de pequeña me decías que tú te ibas a casar con Fillius?

–Sí pero…

– ¡Entonces!

–Es que, ¡el no es Fillius!, hay algo en el que me dice que él no Fillius, además, ¡él no tiene una sonrisa!, y Fillius tenía la más hermosa de todas las sonrisas.

– ¡Basta! –era obvio que su padre ya estaba muy enfadado y ya no deseaba discutir. – Deja ya tus ridiculeces sobre las sonrisas, ya eres mayor, ya no eres una niña como para seguir jugando a los cuentitos, basta ya, te casaras con Fillius, y esto no está a discusión.

Evannya quería protestar pero su padre ya había dado media vuelta y se dirigía a su habitación.

– ¡Y buenas noches! –Concluyo su padre.


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A la mañana siguiente, el padre de Evannya ya había salido muy temprano hacia la ciudad...